sábado, 3 de diciembre de 2005

Función 20 hs.

Ya cuando se había dado cuenta de la oportunidad que había dejado pasar era muy tarde, la muchacha del otro lado empezaba a disfrutar del cariño de su público. Qué impotencia tenía el joven muchacho, el tenerla a tan pocos metros y sentirla tan lejos a la vez le daba una horrible sensación de claustrofobia. Minutos antes estando juntos detrás de escena se había perdido dentro de sus ojos. Eran tan penetrantes que era imposible quedarse segundo alguno sin apartarse de su atención. El muchacho había tenido que burlar varias personas de seguridad para llegar a ese punto prohibido para un fan común, pero ahí estaba el error que trató de explicarles a los hombres de negro que custodiaban la entrada, él no era un fan común, él estaba perdidamente enamorado de ella. En el infinito ínterin que duró su encuentro lo peor sucedió. Se encontró frente a ella totalmente inmovilizado, deslumbrado por su mágica presencia sin decir palabra alguna. Ella no era una señorita de belleza estándar como esas de hollywood ni mucho menos, no contaba ni con un cutis de crema, ni con una dorada cabellera o un cuerpo pulposo de cintura de botella. Pero para él era única y su deseo más intimo era conocerla ya no importa en qué punto. No sabía si realmente quería amarla y ser su amante todas las noches o si quería fundir con ella una interminable amistad repleta de charlas de los más diversos sabores y gustos. Lo único que sabía era que tenía que conocerla, el tiempo después le daría las demás respuestas.
Nuestro héroe mirándola hundido en su presencia le entregó un grupito de flores que había podido comprarle con las pocas monedas que logró rescatar de su sueldo casi como un acto de reflejo ya que todos sus sentidos estaban atrapados en ella. La muchacha sonrió como el la soñó y besándolo dulcemente prosiguió con su deber y fue a compartir el cariño con resto de su público. El no entendía lo que sucedió, la oportunidad de su vida se había derramado delante de él. No había atinado a decirle palabra siquiera, pero no podía borrar de su mente el espesor de sus labios carnosos ni la forma en que se apoyaron en su piel. De a poquito una sonrisa intentaba formarse para borrar ese gesto de estupor que monopolizaba su rostro, pensó que tonto se habría visto en el momento en el que le dio su humilde presente, pensó en él tratando de convencer a la gente del teatro de su amor hacia la chica. Ya sus carcajadas inundaban los pasillos y sin mirar atrás emprendió su regreso.
Finamente una lágrima se asomó sigilosa sin querer ser vista.

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