martes, 29 de noviembre de 2005

carta a una señorita en París volumen dos

Eduardo Schamesohn

Caro buen día, no quería dejar pasar ocasión para contarte lo que me sucedió anoche. Anoche conocía al flamante arquitecto "Eduardo Schamesohn", internacional por sobre todo. Este hombre, que le encantaba condimentar sus palabras con los distintos idiomas que lo habían acompañado durante sus cincuenta años de viajes por el mundo, se acercó a preguntarme sobre el libro que yo estaba leyendo varias veces hasta que la espera del colectivo nos obligó a la charla mas fluida. "Tengo más de dos mil libros en casa" solo bastó con que diga eso como para que dos pensamientos se cursaran por mi cabeza, de los cuales vos eras protagonista de uno y el otro me obligaba a conoce a este caricaturesco anciano de ochenta y dos años -según me lo informó él- que no paraba de ponerse y sacarse unos inmensos anteojos y confundir a lo lejos cualquier cosa con el colectivo. "Haceme caso no insistas en decorarte la cara, afeitate" una de las cosas que me dijo antes de invitarme a subir a un taxi ya que vivía a cuadras de casa. Amigo intimo de la pianista Martha Argerich me mostró el folleto del concierto que dio uno pródigo chico de trece años en uno de los edificios "mas lindos que vi en mi vida" según lo describió él a lo que agregó "nunca dejes de ir si podés, es hermoso como está construido". Obviamente como bueno hombre mayor aprovechó la ocasión para repetir su condición de arquitecto y empezar a enumerar sus más grande logros entre los que se encontraban un aeropuerto y varios hospitales por el mundo. Llegó el colectivo antes que el taxi pero el hombre perseverante insistió en pagarme el boleto. Me contó sobre un par de amenazas de muerte que tuvo en los ángeles, sobre la muerte de su esposa, pero sobre lo que más felicidad le daba era hablar era de su hijo que adoptó en Tonga "un tipo muy macanudo y muy serio" decía orgulloso cada vez que hablaba de él. De repente ya graduado de Abuelo mostró con ojos llorosos fotos de su nieto y de su hijo, ambos negros por donde se lo mire y el nene con unos cachetes enormes que me iría hasta Francia sólo para pellizcárselos -ah si me olvidaba ellos residían en Francia-. Nos bajamos juntos en Rivadavia mientras me contaba que estaba muy apurado porque esperaba una llamada de Cuba ya iban a publicar un libro de él, desgraciadamente no pude hondar sobre su libro porque el hombre se fue pero en el saludo me dijo muy seriamente mientras me estrechaba su mano "Disculpame que no te invite a mi casa ahora pero estoy muy cansado, te doy mi tarjeta y llamame, eso sí nunca al horario de siesta y no te olvides de afeitarte"

Maty


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